400 km en 1 segundo

Era una tarde de otoño aunque el cielo y esa luna de las que aparecen en los cuentos insistieran con que era de noche.

Volvía a casa cuando las últimas hojas de la temporada formaron un remolino en la vereda. La brisa encapsulada del barrio en el que me tocó y en el que elijo vivir rozo mis mejillas. Por un segundo sentí que no había más canchas de tennis en la vereda de enfrente. Estaba en otro lado, pero no tenía miedo. Quién podría tenerle miedo a una ciudad que durante 22 años (de los 22 que anuncia tu documento) te hizo feliz. Fines de semana, meses, días, temporadas enteras caminando por la pasarela que ya no está. Cumpliendo con la rutina de dormir donde toque y hacer cola en el baño sea la hora que sea. Apostando de qué color estará el Pato esta vez y respirando el particular olor del puerto cuando sopla viento norte.

Entiendo que existen lugares increíbles en el mundo pero ese remolino me transportó a una de las casas en las que más a gusto me puedo encontrar.

Y disfruté ese segundo como si hubiera sido un verano. Uno de esos veranos en los que mis vacaciones duraban más que el verano en si.

Pasó una pareja con su perro, la espuma del mar desapareció pero la luna seguía ahí. Intacta.

Cayeron algunas lágrimas mientras mis pasos intentaban acabar con las 5 cuadras que me separaban de casa. Tenía ganas de cerrar los ojos y volver a estar allá, buscando un lugar en la soga para colgar mi toallón, leyendo un libro en el sillón verde o desocupando la mesa del comedor para jugar una generala.

Tengo ganas de estar allá.


Últimamente me siento afortunada: una brisa, un lugar.
Entonces entiendo que de esto se trata sentir y siento.

1 comentario:

Hermenegilda dijo...

"...siempre que me voy me apago un poco es como un duelo sin dolor, pequeña gran dicotomía son tus luces o las mías, las que me guían por la ruta 2..."

~La de Mora~