si los bancos de plaza hablaran.-

Volvió a tocar mi timbre después de la rueda de reconocimiento. Estaba fuera de si y sólo repetía la historia de aquel hombre que le había robado la mirada.
Sentada estaba en el banco de la plaza cuando un hombre de escasa estatura vestido de negro me miró. Sus ojos penetraron en los míos y en ese idioma en el que sólo ellos pueden hablar dijo que ese era su lugar. Yo le conteste de la misma manera pero cuando intente explicarle que ahí estaba yo, él ya había actuado.
La invite a sentarse y repetimos el mismo ritual de las últimas cuarenta y tres semanas: ella contaba la historia una y otra vez hasta que su madre llamaba a la puerta y no volvía a verla hasta la próxima semana después de una nueva ronda de reconocimiento.
Pero esa tarde cuando la despedí vi pasar un hombre que cuajaba perfecto con la descripción que no dejaba de resonar en mi cabeza.
Un impulso difícil de explicar me invitó a seguirlo.
No terminaba de entender por qué pero lo hice sigilosamente hasta que llegamos a la plaza.
Él eligió un banco y se sentó. Yo me acerque confiando en que por fin todo terminaría.
Lo mire y rápidamente me respondió la mirada.
Indudablemente era él.
Yo no era buena con los idiomas pero creo que me entendió a la perfección.
Intentó robarme la mirada pero algo en mi le confirmo que no podría.
Después de unas semanas me invitó a sentarme.
Nunca conocí su voz ni él la mía.

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El cielo estaba parcialmente gris con un degradé difícil de conseguir por medios electrónicos. Bajé de mi auto que no había querido arrancar y al tocar el suelo el asfalto se fue haciendo de tierra como la noche trae el día.
Miré a mí alrededor. Nadie me contemplaba ni a mi ni al suceso.
Me sentí solo. Tenía miedo de moverme.
Vi como la tierra empezaba a rasgarse y mi auto echaba raíces. Una extraña bici senda surgió donde toda la vida había visto una vereda. El cantero comenzó a andar y con el se fueron sus viejos tripulantes. Un caño de escape lanzando un escurridizo humo fue lo último que vi.

antiguo reloj.-

Movía sus ojos como la vara de un antiguo reloj esperando que pase algo. Guardaba un secreto, se notaba. Estaba inseguro de seguir ahí. Se oían rechinar las tablas de la vieja casa campestre de la familia Renau y su sonido acompañaba el andar de esos grandes ojos. Describían líneas perfectas de derecha a izquierda sin perder detalle alguno de lo que escondía la inmensa noche.

Algo lo desconectó, los árboles asumieron la paz y el viento ceso con ellos. La figura de la señorita Renau se dirigía directamente hacia él. Nada existía en su recorrido más que él y su femineidad que abrazaba cuanta cosa cruzara por el camino. Lentamente y tras haber llegado frente a él le insinuó que se acercara. El búho con sus ojos tan quietos como las ramas de los árboles se hecho a volar.

[ma®cados "Lux"]

Dicen que en un lugar del mundo hace algunos años comenzaron a suceder cosas que solo podían creerse en sueños.
Al principio algunos creyeron estar locos y otros no pudieron soportarlo y viajaron muy lejos de allí, pero hoy el fenómeno regresó y no específicamente en aquel lugar.
Dicen que esta especie quiere alcanzar a los que aquella vez escaparon. Tal vez eso sea. Solo habrá que esperar hasta la próxima luna llena.
“No llevamos un registro de los que se fueron. Eran muchos, casi todos. Algunos hasta lo hacían a escondidas. Fuimos pocos los que nos quedamos a ver, a saber, a entender. Pero no los critico. Aún que si fuera ellos desearía poder vivir lo que aquella vez me perdí.
No, como ya dije no hay registro. Solo sé que decidieron ir uno muy lejos del otro, tenían miedo de que pase… bueno, lo que está pasando.
Todo empezó una noche de luna llena. Yo estaba sentado con los pies en el hogar y vi una luz, un destello hermoso y salí a ver que era. Llamé a mi mujer pero ya estaba en la cama y siguió durmiendo. Lentamente mis vecinos empezaron a emerger. Todos habíamos visto lo mismo y de diferentes lugares empezaron a aparecer cada vez más. Hasta que la luz se hizo más intensa y luego tenue, lo que nos permitió poder apreciarlas.
Formaron un círculo en uno de los claros y comenzaron a danzar. Era tan bello que nadie podía dejar de mirarlas. Y cuando nos vieron… cuando nos vieron empezaron a invitarnos, nos pedían con la mirada que nos unamos a ellas. Y entonces el leñero tomó la iniciativa: dio un paso y cayó suavemente dormido a los pies de un árbol. Sabiendo lo que podía pasar y sin saber porque todos seguimos sus pasos y lentamente caímos unos tras otros en el sueño más hermoso que alguien haya soñado alguna vez sobre la faz de la tierra.
Despertamos con el primer rayo del sol. Habíamos pasado la noche al intemperie sin sentir siquiera un poco de viento helado. Había algunas mujeres buscando a sus maridos y ahí en el medio del claro un zapatito, todavía tibio me confirmó que los sueños existen.
Esa mañana nadie habló del tema pero encontramos muchos otros zapatos en los diferentes lugares del bosque. Esa noche esperé un destello por la ventana pero nada…
Y así pasaron 30 noches, 4 lunas y cuando el invierno había terminado y la luna completamente llena volvió a brillar: volvieron.
Habíamos pactado que si volvía a pasar las mujeres irían a comprobar los hechos.
Y danzaron libres hasta que las vieron y las invitaron y ellas llegaron a la ronda y algunas pudieron bailar y a la mañana siguiente despertaron con el primer rayo del sol y sus cuerpos formaban un círculo tan hermoso y perfecto como el que había visto aquella noche.
Esa mañana encontramos algunos collares.
Juntos hombres y mujeres esperamos 30 noches más pero yo sabía que no iba a pasar nada, yo tenía una de ellas durmiendo a mi lado desde hacía 4 lunas.”

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Él lleva un traje claro, abre la puerta de un auto lujoso y ella sale cerrando la misma puerta. Le susurra algo al oído. Caminan agarrados de la mano hasta que él la toma de la cintura, llegan a la puerta de una casa.
Frenan.
El la toma en brazos y entran mientras ella masajea su cabeza con dulzura.

Salen de la casa con una tela y unos tragos y sin despegarse el uno del otro caminan por el parque. Él le habla y ella le sonríe a gusto.
Frenan.
Depositan la tela donde los árboles los rodean de lejos. Sirven whisky en sus vasos, brindan y una vez, en el suelo, él comienza a acariciarle la pierna. Ella acompaña el movimiento y lo lleva a sentirla por debajo de su pollera.
Frenan.
Toman un largo trago mirándose a los ojos y dejan reposar sus vasos. Él se acerca a ella sin dejar de sentirla por un instante. Ella se recuesta mirando el cielo mientras él se acomoda lentamente sobre ella acariciando sus pechos por arriba de la blusa.

Ella se sienta y le hace unos mimos. Él le saca la blusa. Intenta desabrochar el sostén pero ella se anticipa.
Frenan.
Lo suelta y ambos se paran. Ella se saca la pollera y baila con los brazos en alto mientras abrazos y besos marcan una melodía en silencio.
Ella totalmente desnuda. Él se toma la cabeza y la deja brillar.

Ahora le quita los pantalones y desabrocha su camisa. Vuelven a abrazarse felices y un cuerpo acaricia el otro. Ya no frenan. Ella termina dejándolo a su par. La ley de la gravedad parece perder efecto ante los amantes. Ella lo agasaja con simpáticos movimientos y luego una mezcla de besos y lamidas cierran un telón.

Ahora él se acuesta mirando el cielo y ella lentamente encastra en su cuerpo como dos figuras que forman una. Y baila.
Cielo y tierra rotan para, ahora, verlo a él bailar. Hacen de dos un cuerpo: uno emana felicidad y el otro termina la coreografía de besos con gusto a final.
Frenan.
Dos vasos y dos cuerpos reposan en la hierba y reina una calma difícil de imaginar.

[ma®cados "Exquisita"]

Era un sábado. Un sábado a la tarde. Era una tarde de lluvia y que mejor que instalarse en la cocina como en la cama una noche de invierno.
La lluvia le decía no a lo salado y decidí hacer un bizcochuelo. Las astas de mi batidora giraban como si sumáramos millones de vueltas olímpicas. Se concentraban en el sabor del triunfo y la alegría de inmensas fuentes de los más exquisitos chocolates. La potencia hizo que en modo creciente tres caballos fueran naciendo de ese batir, tres caballos que al tomar cuerpo comenzaron a correr por toda mi cocina.
No podía abrir la puerta… llovía.
Así que abrí el horno y el calor los llamó a reposar bajo un tierno sol de primavera.
A la hora los comí. Me sentí una yegua.