Estaba sola en la oscuridad de mi cuarto. Los ojos todavía no
se acostumbraban a la penumbra. El silencio era absoluto excepto por algunos
colectivos que pasaban cada tanto por la calle de atrás y algunos rugidos de mi
panza que, como siempre, en estos casos decide ponerse a la misma altura que mi
corazón.
A decir verdad no estaba sola. Un triángulo equilátero entre
mi mente, mi corazón y mi estómago posaban arriba del colchón y abajo del
pesado acolchado que me protegía de la lluvia que sonaba cada vez más fuerte
sobre el techo de chapa.
Mente se había enterado una noticia que corazón no podía sobrellevar
y por la que había decidido ahorcar a estómago. En el medio: yo y mis tres
puntas.
La oscuridad empezaba a ceder ante mis ojos. Pero a decir la
segunda verdad yo no quería ver, así que los cerré.
Creo que fue el segundo peor error. (El primero me lo guardo
para mi, o te lo dejo imaginar). Cerrar los ojos me transportó involuntariamente
a esa esquina la noche que decidimos volver al bar del que nos habíamos
escapado una cuadra atrás. Automáticamente mente retó a corazón. No sé muy bien
de cuál de los dos provino el segundo recuerdo pero ahora estaba sentada en la
banqueta de una cocina y minutos después, otra noche en el comedor de esa misma
casa recibía un mensaje que nunca deberías haber mandado.
Estómago intentaba desatar el nudo.
Yo abría y cerraba los ojos. Y escenas completas aparecían
en mi oscuridad.
A veces me molesta que mente tenga tan buena memoria. Aunque después del grito que le pegó a corazón, calculo que esos recuerdos los guardó él.
A veces me molesta que mente tenga tan buena memoria. Aunque después del grito que le pegó a corazón, calculo que esos recuerdos los guardó él.
Después de un repaso general logré quedarme dormida.
Estómago había logrado desajustar el nudo.
Mente volvió a pensar que era un cagón.
Corazón siguió sin entender por qué.