Aprender a caminar

Dijo que no me podía ayudar, que no insista.
Y es que en realidad yo no entraba dentro de sus reglas.

Seguimos caminando. Cada día que pasaba él creía más y más en que íbamos a llegar a un punto del camino donde este iba a dividirse y los dos, por tercos o por destino, íbamos a elegir tomar distintas direcciones. Yo entendía que era una posibilidad, había recorrido otros senderos en los que eso había sucedido. Creo que es la naturaleza propia, la esencia de los caminos. Pero no había división a la vista, primero deberíamos llegar al horizonte y, recién ahí, ver si un poco más allá aparecía ese punto.

Dijo que no me podía ayudar, que no insista.
Y es que en realidad yo no entraba dentro de sus reglas.

Aprendimos a caminar a la par. Cada tanto abandonábamos el centro y uno recorría el borde derecho y el otro el izquierdo. Después volvíamos a encontrarnos y seguíamos.
Tengo el presentimiento de que si un día llegamos al punto donde el camino decida dividirse (y dividirnos) por tercos vamos a elegir distintas direcciones, pero cuando volvamos a pasar la línea del horizonte el destino va encontrar un punto de intersección entre nuestros senderos, y vamos a caminar a la par, de la mano de las risas del recuerdo y las carcajadas del futuro.

No dijo nada, yo dejé de insistir.
Y es que en realidad él había cambiado sus reglas.

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