Muy

-Hermosa

Y en lugar de preguntarle -¿qué?- le contestaba:

-Muy.



Ahí estás.

Como ese libro que no termino de leer sólo para que la historia no termine. Ahí estás. En una mesa de luz. Ahí estás. Dispuesto a invadir mis sueños de los martes y domingos. Ahí estás. Sin decir más que un título que habla de travesuras. Ahí estás. Con un señalador perdido en tu interior. Ahí estás.  Entre las páginas 93 y 94 donde dejé de leerte.  Ahí estás. Como un señalador que sin llegar al final no puede cambiar de libro. No sabe ser de otra historia. No sabe como soñar.  Ahí está. Como mi señalador que conoce de memoria las letras que lo acarician. Acá estoy. Esperando que la página 328 se adelante y ese punto, al que otros dos dejaron solo, llegue al corazón.


(A Javier que tantos libros ha inspirado y hoy traba mi señalador)


Otoño en primavera


No quiero seguir viendo pasar los otoños.
Quiero revolcarme en las hojas con vos.


Javier V

Y tus lágrimas como ese mate abajo de la lluvia que sostenés con las dos manos para que te de calor mientras el humo vuelve borroso el instante que está adelante nuestro.

Diálogos en la oscuridad

Volvió después de estar 23 días y 24 noches bajo otro cielo y le dijo:

-Estuve pensando mucho en mi...

Hubo un silencio corto e intenso en el medio de la oscuridad.

-...y no pude dejar de pensar en vos.


enamorame el alma

Los ojos se enamoran fácil.
Lo difícil es lograr que se enamore el alma.

A los creadores de cuentos


Y viví tantas historias
como cuentos he leído
democracia de lectores
elegir el personaje
y he tenido ese coraje
de sentirlas con el cuerpo
con el alma y corazón.

Y lloré con un final
y sonreí con un verso
que una noche de desvelo
a alguien incomodó
y tachado y releído
para no quedar perdido
en ese libro escribió.

Viajo de un lugar a otro
conozco viejas ciudades
cambio de idioma y de bares
como de hoja el escritor.
Brindo con desconocidos
fantaseo con amigos
y camino por un mundo
en el que arrancando un punto
la historia no se termina
y si se quema una hoja
desaparece el rencor
y juntando las dos tapas
el miedo se desvanece
y la historia amén de escrita
vive en tu imaginación.


Cosecha tardía

Solíamos tomar dos vinos.
Él invitaba el primero. Yo el segundo.

Sensaciones.

Como las de una mirada perdida en el horizonte de una sonrisa.

Mi mirada.
Tu sonrisa.



Ventanas

Eran las 19:43 en su ventana. La misma ventana que lo hacía feliz desde hacía 12 años. De lunes a viernes, desde el primer mate hasta ser una de las últimas luces encendidas del edificio. Edificio con vista al dique 4 de Puerto Madero.


Era pasada la medianoche en la ventana que la había conquistado hacía poco menos de una década. Ventana desde la que, a lo lejos, y gracias a que el resto de la ciudad dormía, se divisaba la punta de esa torre de metal.

Su mac encendida dejaba escuchar algunos viejos discos de Zaz. La línea 42 del procesador de textos seguía igual que hacía 37 minutos, sin dejar de ser la línea 42.


Estaban haciendo lo mismo. Como ese 5 de junio en el que decidieron sin decirse, ser extraños que sabían todo del otro.


Una brisa primaveral poco común para la ciudad lo trajo un instante a su ventana. Lo imagino mirando el dique 4.
La torre se apagó. La ciudad dormía. Ella jugaba con un insomnio que la perseguía como, el 3 de septiembre diez años atrás, los guardias del metro de esa misma ciudad.

En el edificio sólo quedaba encendida su luz. Sacó un pasaje y no preguntó la dirección.

El tiempo los dejó encontrarse.

Tomaron un mate mirando la torre.
Un vino. Tal vez dos (o tres).

Se besaron en el dique 4.
Ella se había aburrido del amor francés.


La Academia

Lo miraba y veía a Racing.
Más exactamente al Racing del 83.



Matias


Había hecho tres pasos por la vereda de los pentágonos grises.
Su abrazo me cautivo. Hice más lenta mi marcha. Necesitaba contemplarlos un poco más.

Estaban fundidos en la vereda como si hubieran terminado de rodar por una colina de pastos suaves.

Se escucharon pasos con ruido a llaves y un “Vamos Mati”.
El abrazo se deshizo.

Matias se paró y caminó hacia la derecha atrás de su papá.
El perro negro del garage de enfrente de la vía hizo lo mismo, y caminó hacia la izquierda metiéndose entre los autos.
Sabían que mañana podrían seguir jugando.

Caminé derecho. La vereda de los pentágonos grises había terminado.
Como el abrazo de aquella madrugada en la esquina de Arenales y Billinghurst.



Pactos para mantener el alma suspendida en LA menor

Hagamos una cosa, le dijo.
Un día yo te voy a hablar.
Y vos, vos sólo vas a contestarme.

Ese día bastará con tu "hola".
Como hoy basta con que estés entre la lista del super y el horario en el que pasa el último tren por la estación Paternal.

Javier

Esa noche comprendí que ya no podría dormir en otra cama.

(A tus brazos, mi insomnio)

Otro café.

No, no es que sea adicta a la cafeína.
Sólo sigo queriéndote enamorar. 

Un café.

No es que quiera tomar un café.
Sólo quiero enamorarte.

anoche

Soñé tu beso corrido en mi mejilla.
Un poco más corrido.
Un poquito más.
Ahí.

horizonte


Mi cuerpo me demostró que existen.
En esta realidad, existen. En esta y en todas.
Pero en esta los vemos, los sentimos, los podemos tocar y en otras no.
Entonces empezamos a descubrir que hay cosas que a menudo interrumpen en nuestra realidad pero que no pertenecen.
Todas esas cosas que simulan tener un límite pero cuando intentamos alcanzarlas se vuelven infinitas. Entonces empiezo a creer que todo lo que está en mi realidad no es real.

Hay otra realidad que intenta invitarnos a conocer su mundo. Nos pone cosas delante de nuestros ojos. Nos pone un horizonte. Quiere tentarnos. Nos muestra un arcoíris. Porque cuando uno conoce las opciones, puede elegir. (Dicen)
Nos presenta cosas simples que creemos son de acá, pero no.

Nuestra realidad tiene límites.


De chica me sentaba en la orilla de un mar, marrón y revuelto, que con los años se fue poniendo más frío o por lo menos yo lo siento así.
Me sentaba y observaba esa línea que se hacía la guapa poniéndose lejos. Que algunos días, en los que el cielo y el mar compartían su color en la escala cromática, se perdía, se escondía hasta que alguien anunciaba el “piedra libre para todos los compas”. Ahí volvía para encontrarse conmigo. Con mi yo que juraba tocarla un día.
Sabía nadar, era cuestión de entrenar un poco. Parecía lejos, pero seguro no era tanto.
Los días que el sol picaba en mi piel, con algunas pecas que para esa altura me resultaban sexys, me metía en el mar y como sabía nadar no me daba miedo ir un poco más allá, más cerca de ella. Pero ella me rechazaba sin ningún tipo de explicación. Tres brazadas mías, eran tres brazadas de ella. Las dos hacia la misma dirección. Quizá desde donde estaba ella se veía algo que ella también quería alcanzar.

Poco a poco fui perdiendo ese brillito en los ojos que tenemos de chicos. Y con él, todo lo que eso significa. Pegué un poster de los Hansons en la pared de mi cuarto y empecé a pensar que nunca nadie llegaría al horizonte.
Mi línea se volvió vulgar, estaba ahí, como lo estaban el mar de un lado y las montañas del otro. Como lo estaba el edificio de la esquina de la calle Del Carril y las cortinas naranjas con flores (espantosas) de la vecina del tercero (por mis cálculos y predicciones)  del tercero “B”.
Ya no creía en el horizonte, ya no me interesaba dedicarle tiempo y asombro a los señores de galeras negras que intentaban entretener a los mortales en los cumpleaños infantiles.
Engaños. Adivinaban la carta porque la habían visto. O porque se sabían el orden del mazo. O porque habían arreglado antes con el sujeto al que harían pasar al frente.

Pasaron algunos otoños.
Saqué el poster de los Hansons. Fui por decimoctava vez de vacaciones a la playa. A decir verdad, el poster había quedado colgado en la pared y nadie, ni siquiera yo que lo había colgado, notaba su presencia.
El día estaba lindo y el sol duró hasta bastante tarde. El viento no molestaba, acompañaba. La playa se fue vaciando poco a poco y sin quererlo quedamos frente a frente, como en los viejos tiempos.
No le di bola, y seguí jugando con la arena que mojada formaba torres sobre mis rodillas y desaparecía con la llegada de cada ola.
No pude resistir volver a mirarla. Volver a pensarla. Volver a imaginarme a su lado.
Me conquistó. Me volvió el brillo a los ojos. Se despertó esa sensación de intriga que de chico te vaga por el cuerpo entero. Y volví a obnubilarme con el horizonte y los magos. Con el arcoíris y las tormentas de los días en los que el día se vuelve noche pero no sale la luna.
Entendí que no es cuestión de creer. Es cuestión de sentir.
Es cuestión de convivir con un 10 de corazones saliendo de la manga derecha de un señor de galera, es un grano de maíz convirtiéndose en una pequeña nube al alcance de nuestras manos. Es batir y hacer espuma. Son lágrimas empapando una sonrisa. Es sorpresa. Es volver a sentir como cuando éramos chicos y un algodón de azúcar era fucsia, se deshacía en la boca y nos provocaba una sed de desierto. Es entender que si cerramos y abrimos los ojos, ya estamos viendo distinto.