creer o reventar.-

Dicen que no era un mago pero yo vi el brillo en los ojos de grandes y chicos contemplándolo. Algunos hablan de un polvo de hadas, otros siguen creyendo que esas cosas no existen pero a veces basta con cerrar los ojos y ver, aunque las reglas digan que en la oscuridad no se ve.
Lo que paso aquel día es difícil borrarlo de la mente. La cola era larga, como siempre, pero en la plaza del pueblo había lugar para todos. El otoño estaba llegando y el sol anaranjado se colaba entre las ramas de los árboles. El pasto estaba más verde que los demás días y la alegría de la feria se veía reflejada en la sonrisa de cada niño.
Yo estaba apurado, quería encontrarlo. Así que cuando divise la enorme cola empecé a caminar sin perderme en cualquier otro detalle. Tal era mi prisa que sin quererlo choque con dos pequeñas que me miraron, sonrieron y siguieron su camino para el lado contrario al que seguía yo y el resto de los chicos.
Hice unos pasos más y me detuve. La duda de por qué ellas no caminaban en la dirección correcta inundó mi cabeza. Corrí hacia ellas y pidiéndoles disculpas les pregunte por qué no iban a ver el show como todos los demás.
Es mentira. Respondieron al unísono. Tras un silencio incomodo repleto de miradas la de cabello claro explicó: hace un tiempo conocimos a ese hombre y le pedimos que haga un truco con nosotras. Queríamos dejar de ser oso y delfín (dijo señalándose y señalando a su amiga) pero sólo se quedó mirándonos y dijo que no entendía, que se sentía raro.
Sentirse raro es no creer, dijo secamente la de cabellos oscuros y ondulados.
¿Y que querían ser? La pregunta broto de mi boca sin que tuviera tiempo de pensar si realmente quería formularla.
Hormiga. O abeja. Dijo una y después la otra.
Las mire a los ojos sin entender demasiado lo que pasaba. ¿Por qué pasar de ser hermosos animales a pequeños insectos? Pero con su mirada lograban contestar cada pregunta con seguridad. Me parecía injusto. Sentí que debían ser las primeras de la fila. Eran tan chiquitas y no pedían globos de formas o colores chillones. Tampoco pedían pochochos o algodón de azúcar. Sólo querían ser abeja u hormigas.
Me puse entre ellas y las tome de la mano. Seguimos caminando en la dirección opuesta o en la dirección correcta y cuando los ruidos de la feria quedaron atrás mis manos ya no llevaban nada. Esa tarde, una abeja y una hormiga, me acompañaron hasta mi casa.