Sal gruesa para mi corazón.-

Aparecen en mi mente dos personajes cotidianos.
90% odiados y 100% necesarios a no ser que alguien tenga el poder de transportar productos con la mente o construir casas con solo mirar un terreno baldío.

Y entonces me pregunto por qué el odio y me contesto que un poco de culpa tienen. Excepto que sea imprescindible hacer una maniobra inadecuada para pegarse al cordón, ir a 2 km por hora en plena avenida o tocar esa bocina única de los camiones al son de “a vos no te cojo, con vos hago el amor” (o frases del estilo) y yo no me haya enterado. Pero no, creo que todavía no se volvió un accionar imprescindible aunque tiene asistencia perfecta.
Entonces un poco de culpa tienen, pero no dejan de ser necesarios.
Y me vuelvo a preguntar por qué tanto odio.
No tengo respuesta y hasta creo que más de una (no me incluyo ni me excluyo) debería estar agradecida.

Por otro lado, considero a ambos rubros (construcción y camioneros) creativos inigualables.
Las cosas que he oído de esos hombres no se las escuché a ningún otro. Quizá el tono no es el que prefieren las mujeres pero no se puede estar en todo. Tampoco vamos a ponernos en exquisitas ¿o si?
90% a 10%
Otra vez.

Y llega el punto en el que te das cuenta que todo esto es como seguir el recorrido de una babosa una tarde de verano en el patio de tu casa: los ojos puestos en esa cosa pegajosa que se desliza falta de estilo y el frasco de sal gruesa en una mano.
Entonces podés tirarle la sal y ver como se deshace lentamente (90%) o mirar el salero y ver como la regordeta sigue su camino dejando marcado su recorrido hasta perderla de vista (10%).

Estimo que soy parte del 10%

2 por 9

Olas que empiezan en la orilla y terminan en esa inverosímil línea del horizonte.

Está sentado en el borde del muelle, ese muelle donde el sol desaparece todos los días. Donde cada madera reconoce la brisa. Donde suele sentarse cuando las canciones, los semáforos y la lluvia cambian de ritmo, de velocidad.

Un lugar donde el tiempo lo marcan sus latidos.
Latidos que buscan perderse en el mismo lugar donde expiran las olas. Y un hombre que anhela llegar a esa línea, la que sólo ven los ojos, para poder entender el compás de su corazón.

Una biografía cotidiana...

Mi nombre es Eugenia Belén, aunque muchos (muchísimos) me conozcan como Hermenegilda.
En mi vida y para que les corresponda al menos una mirada me han llamado: Eugenia, Euge, Eugi, Euchichi, Chichi, Chichona, Chuchex, Borre, Herme, Hermenegilda, Boluda, Che, Amiga, Amigata, Imbecil, HermeS, Chichilo, Gegin, Veciamiga, Arquera…

Ah, sí. Antes a menudo, ahora cada tanto, me paro bajo los 3 postes de un arco de hockey (y si, con todo eso que según la gente no te podes ni mover).

Conozco y manejo el arte de la globología. Pelo las uvas. Tengo 49 o 50 rastas en la cabeza. Me gusta el dulce de leche pero el repostero en exceso se me sube a la cabeza. (Si hay torta de conitos me como la base y regalo el conito). Mi Sugus preferido es el verde oscuro y me gustan los caramelos ½ hora.

Un sueño kiosquero: que desaparezcan todas las golosinas amarillas y naranjas.
Conozco la menta granizada de todas las heladerías de las que alguna vez comí helado. En Burger King y Mc Donald’s suelo pedir el combo de pollo. Este año descubrí mi adicción a las papas fritas en cualquiera de sus formatos.
Amante de la ruta de noche y si es con lluvia mejor. Creyente del mar y la montaña.

Cuando no tengo ganas de hablar, no hablo. (Abstenerse a la mañana y más si la relación que nos une es de hermandad).
Tengo la bandeja de entrada sin mails y más pares de aros que íconos en el escritorio.
Duermo en diagonal y a veces me tomo el subte al revés.

Creo que con las personas que compartís una carpa podes compartir cualquier cosa.

Según mis amigas soy la mujer sin axilas y suelo olvidarme los tobillos.
Me gustan mis pecas. Me gustan mis uñas. Me gusta mi nariz y me gusta la foto de mi documento.
Me enamoro tarde. Si me ven con una guitarra estoy por tocar el elefante trompita.

Mi cuarto es blanco.

No me sé los nombres de las películas, ni de los actores, ni de las canciones, ni de los cantantes, ni de los músicos.
Soy una ponedora de apodos oficial. Me molesta el “gordo”, “gordi”, “bichi” y los diminutivos en general.
Disfruto hacer ruido con la sopa y comer la ensalada de la fuente. Prefiero los cuadernos cuadriculados antes que los rayados. Puedo dormir con medias. Me saco el maquillaje a la mañana siguiente.

Hay objetos, lugares, momentos y personas de las que llego a enamorarme.
No soy golosinera pero sé que las golosinas sirven para explicar muchas cosas, por ejemplo, una sensación. Si hay que elegir, sin dudas la del Fizz.
No muerdo los caramelos duros. Prefiero la Coca común.

Gracias a mi ropa interior entendí el concepto de “diversidad”. Me molestan los enchufes de dos patas (redonditas).
Amante del agua. El mejor estilo que nadaba (ahora no sé) era mariposa.
Me encanta cumplir años, me encanta festejar mi natalicio y detesto con todo mi ser hablar por teléfono.

Arco-iris en la tierra.-

Arroyos de colores, cada uno corre, sigue su curso como se lo ha marcado durante años la propia naturaleza. Un día se encuentran y corren juntos. Sin mezclarse. Cada gota mantiene su color. Hay gotas amarillas, turquesas, fucsias, verdes, rojas, naranjas y violetas. Y, probablemente, la naturaleza vuelva a separarlas. Y se vuelvan a formar arroyos de colores.

Y en algún lugar, entre el fresco y esponjoso pasto verde corre el vibrante arroyo fucsia.
Y entre las áridas y resquebrajadas tierras marrones pasean al ritmo del viento las aguas amarillas, salpicando algún que otro borde, haciendo crecer una flor.

Y nadie se anima a seguir un color. Nadie se anima a ver qué pasa cuando corre junto a otro. Aunque algunos aseguran que allí donde todos los colores descansan en la tranquilidad de una olla, rodeadas de altas e imponentes montañas vive alguien, que dicen, no cabalga en un caballo como los que conocemos los que vemos el agua azul.