Javier XV

El último mensaje leído era de él. En la radio se escuchaba su canción. El tren frenó en la estación. Un reloj en el andén indicaba las 10:02. Una alarma en el corazón me decía otra vez tarde.

En dirección a la vieja estación del ferrocarril

Conocíamos inconscientemente la sutileza eufórica con la que sentía el otro. Por eso, el nunca me preguntó por Javier y yo jamás le pregunté por Mariana.

Javier XIV

A menudo me dice con la mirada todo lo que sus labios no saben decir.
A menudo resuenan en mis oídos esos ojos color café que tomamos esa mañana.
A menudo me aturde el silencio con el que me espía esperando que sea yo la que grite 'pica para todos mis compas' y lo habilite a salir corriendo como un loco.

Javier XIII

Nuestros pies entrelazados como se acarician las olas que persiguen la línea del horizonte.

Así de inalcanzable tu beso.
Así de imaginaria mi mirada.

Javier XII

Su sonrisa aparecía y desaparecía de mi oscuridad como el gato de Alicia en el país de las maravillas.

Y si, tenía un poco de te miro y otro tanto de querer escaparse.
Pero yo nunca olvidaría a ese que me hizo sentir lo que a esa nena que perseguía conejos el sombrerero loco.

(Antes de irme a soñar, a los que saben brindar cuando las ocasiones no son las socialmente convencionales: ¡Feliz no cumpleaños!)

Javier XI

Volvió a sentir eso que se siente entre la pera y el esternón.
Volvió a tomar helado de sambayón de madrugada.
(Con él)

Javier IX

Leer tus ojos como ese libro que no quiero terminar.
Como esa ola que explota en la orilla.
Como esas manos que abrazan un mate tibio cuando el sol intenta escaparse.

Saber tus ojos como ese libro que elegía en el jardín.
Como esos 362 pasos que me separaban de las piedras del mirador.
Como cada una de esas palabras que me dijiste la noche que sin quererlo le dimos la bienvenida al sol.

A Javier,
mis ojos para que descubra el final de este libro en la casa de la costa desde donde el sol ilumina los suyos aunque se vea la luna.





Javier VIII

Entre una cerveza y otra fue perdiendo algunos besos.

Esa noche encontré uno.
Leffe Blond, pensé.

Javier VII

El pip pip pip piiip del microondas dio por terminado su batido.
(y todas las mañanas en las que se imaginó creando la espuma para sus cafés)




Javier VI

Esa mañana, un revuelto de corazón y la resaca mental, le confirmaron lo mucho que lo quería.

Esa tarde esperó su mensaje.

Esa noche el corazón abandonó la rotonda.

Un café con leche y una lágrima en jarrito


El era psicólogo. Ella también.
El jueves se encontraron a las 15:51 en el café Royale.

Estaban sentados en la mesa que da a la ventana de la avenida y sin saberlo se contaron nuestra historia de amor.






La vereda

Nico estaba apoyado contra la pared de aquel viejo club de barrio que deja notar sus años con la vitrina de trofeos perfectamente lustrada que se ve desde la vereda.
La punta de las zapatillas de Mara apenas se dejaban acariciar por los botines embarrados que esperaban no manchar todo el auto de papá.
Tomados de la mano, formaban un triángulo invertido que se balanceaba perfectamente acercando sus labios y alejandolos. Permitiendo algún que otro beso fugaz digno de la edad del acné y diez pesos en la billetera.
Un laberinto de padres, mitad fútbol, mitad handball, me hizo pasar muy cerca de ellos que después de un balanceo completo con roce de labios incluidos empezaron a discutir sobre lo que había dicho el pediatra.

Diagonal norte

Vivíamos uno enfrente del otro.
La diagonal entre mi ventana de la cocina y la suya del comedor era el callejón perfecto para nuestras miradas que rara vez hacíamos coincidir. Preferíamos mirarnos por turnos. Era uno de los tantos pactos implícitos que habíamos hecho desde que yo me mudé al departamento de la calle Concordia.
Solía empezar él, cuando yo todavía en pantuflas tomaba mi té con leche combinado con dos tostadas –casi siempre quemadas– con manteca y mermelada de damasco. Seguía yo, me gustaba sumergirme en su concentración mientras revisaba los mails sentado en el sillón. Ya le conocía todas las muecas y podía hacer un resumen rápido acerca de cómo iba a estar durante el día según las noticias de su bandeja de entrada.
La diagonal entre mi ventana de la cocina y la suya del comedor era el callejón perfecto para nuestras miradas que se estaban acostumbrando a coincidir.

Hace cinco días le llegó un sillón nuevo. Hace tres días reubicó los muebles del comedor. Hace dos té con leche que extraño la diagonal. Hace 4 tostadas que no se me queman.




Mesa cuatro

El problema fue seguir eligiendo siempre la mesa 4 del Café de la Paix.




Lucas I

Lo de las ojotas con medias era solo un detalle. Ellos estaban enamorados.

Para mi

Sabía muy bien donde perdía sus besos.

(El otro día encontré uno entre mi hoyuelo derecho y el comienzo de mi boca.)

Alacenas vacías


El azul iba ganando una profundidad que todavía le quedaba lejos a la que nuestros ojos se habían sumergido unos kilómetros más allá donde alguien decidió sembrar decenas de estrellas que acá cultivaron y se olvidaron de reponer.

La sensación de extrañar se volvía una lista interminable de supermercado. Una de esas listas digna de alacenas vacías. De cosas. De tiempo. De ganas. Digna de heladeras sin nada.

Un tapizado.
36 platos para lavar en loop.
6 mates girando con la brisa matutina.
4 con la llegada de la oscuridad.
Tus cachetes.
Un par de ojos celestes con abuelos que hacían de papás.
3 hamacas y un tobogán.
Un puente (o dos).
Una vuelta a caballito.
Una sonrisa con hoyuelos.
Una mirada de la infancia.
Un recuerdo.
Una mancha de pintura verde y lila.
Un perro. Ella.
4 piezas. 1 cocina. 1 lavadero. Baños.
2 guitarras.

Un cielo.
Tu cielo.