La casa de mis Barbies.-

Tenía 3 pisos. Era de madera y estaba pintada de rosa y blanco. En la planta baja: un comedor y una cocina. En el 1ero: el dormitorio con el ropero más grande que alguna vez hayas imaginado y en el último (por lo general) instalaba el restaurant y la boutique.

Así era la casa de mis muñecas.
Así era la casa donde nacían y morían historias que duraban una tarde.

Hace un tiempo me crucé con una de esas historias. Y me quedé mirando, recordando aquellas tardes de otoño en las que armar el juego duraba una eternidad y jugarlo un suspiro.
Está claro que vos nunca habías jugado a las muñecas. Nunca te diste cuenta que durante meses ibas de la cocina al dormitorio y del dormitorio al comedor. Paseabas por esa casa sin saber que estabas adentro. Respetabas cada paso, cada giro de la historia que alguien estaba armando. Y un día te diste cuenta que eras parte del juego y que los juguetes no eligen la historia. Les toca. Pero ya estabas adentro de la casa de las muñecas.

El único error fue no entender que esas historias deben durar una tarde y que los muñecos nunca van a sentir.

¿Yo?
Miraba.
Hace años que dejé de jugar a las muñecas.

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