Peter Pan cree en las hadas. (Yo también).

Cuando era chica creía en la magia. En esa serie de cosas fantásticas que ocurren por el solo hecho de creer en ellas.
Creer en que un viejo barrigón que vive encerrado todo el año podía dejar regalos en todo el mundo al mismo tiempo… un tanto imposible para los ojos de la lógica, pero yo veía regalos en mi casa, en la del vecino y en lo de mis primos. Y si, el gordo y sus renos lo habían logrado otra vez.
Creer en una carta que aparece, en el canto de una sirena, en la sarcástica maldad de un duende.
Creer que existen.

Un par de años después entiendo algunas cosas, y en realidad, el mundo de los grandes no quiere que creamos. Tienen miedo de que aprendamos a ver más allá de lo que se ve. Quieren mantenernos ajenos a un mundo que, al fin de cuentas, resulta menos mentiroso que el que ellos eligen vivir y donde quieren que vivamos todos (excepto los niños: algo de compasión les queda).

Entonces llega el momento donde tenés que elegir: vivir como los grandes, en un mundo donde una luz roja significa detenerse, fabrica una o múltiples puteadas y nos deja infinidad de caras de orto por esquina.
O desafiarlos y seguir creyendo, y ver como el rojo se transforma en amarillo, y el amarillo en verde, sin que nadie los pinte, reflejando aquella magia que hace que el gordo y sus renos lo logren cada año.

Hoy (algunos dicen que) soy grande. Pero elegí desafiar a aquellos que insistían con archivar mi imaginación. Elegí creer en las hadas y en esa serie de cosas maravillosas que existen solo por el hecho de creer en ellas.

espanti


Sin ganas de entender.-

Piensa. Mira a su alrededor. Piensa.

Ya no sabe si tiene ganas de entender, pero piensa.

Piensa en todo eso que un día le dijo.

Mira a su alrededor.

Piensa en esas cosas que escuchó de aquellos ojos.

No tiene ganas de entender, pero piensa.

Piensa en eso que sintió su piel.

Mira a su alrededor.

Piensa en los recuerdos del futuro.

Cree que entendió y ya no piensa.

Una cabeza, una cara de culo y rastas.-

La gente dice que tengo cara de orto. A mí no me molesta. ¿A vos te molesta? Nadie te obliga a mirarme.
Básicamente eso es lo que pienso cada vez que alguien tiene ganas de hablar de mi cara.

Me molesta la gente falsa.
Y la cara dice, y los ojos hablan, y una sonrisa cuenta o da cuenta de…

Pero una sonrisa falsa o por compromiso y un par de ojos sin historia pierden la gracia.
¿Para qué habría que mirarlos?

Y me aburre que las cosas pierdan la gracia.
Si cada cosa pudiera vivirse con ese no se qué con el que un nene abre un regalo, definitivamente no alcanzaría el tiempo para leer, escuchar, sentir las miradas.

Todavía no estoy segura de que las sonrisas se gasten. Pero hasta que alguien me demuestre lo contrario las guardo para momentos que lo ameriten o para cuando alguien la necesite. Si, también creo que son capaces de modificar otras caras, de que alguien deje de sentir y empiece a sentirlas.

Pero que salgan no es lo mismo que hacerlas. Por eso a veces prefiero la cara de orto.

Un boxer de corazones.-


Estaban en un nivel del mundo más bajo de lo normal, más cerca del infierno que la mayoría de los mortales, si se quiere.
El extendió sus brazos para alcanzar lo que todavía le pertenecía y con ellos se elevaron buzo y remera. Acción cotidiana que dejó al descubierto un boxer de corazones, pero no “el típico boxer de corazones”.
Entonces con el sincronizado silencio que solo se oye debajo de la tierra, ella entendió un poco más la vida de allá arriba.