Eva.



Se desvistió suavemente y tomando el pote de crema con olor a abuela que tenía a medio llenar sobre la repisa se embadurnó, primero las piernas y luego el torso.

Aún un poco pegoteada se metió en la cama.

Un acolchado pesado hacia las veces de abrazo. Cerró los ojos.

Los abrió.

Dos puntos de luz se divisaban a través de una persiana imperfectamente cerrada.
Un reloj de aguja sonaba invisible del lado de la pared de la mancha de humedad.

Cerró los ojos y no tuvo cita más que con su mente.

Una mente que hoy jugaba a los flashback de telenovela.

Una mente que hoy no iba a hablar.

No iba a proponer.

No iba a plantear.

Hoy sólo iba a recordar hasta quedarse dormida en el beso de esa tarde que se hizo noche en una esquina de la calle Tucumán.




Otro antes.

Cada tanto se pregunta si seguirá usando el mismo perfume.

(No lo sabe)

Pero cuando lo siente recuerda los besos que le daba por abajo de la bufanda rayada marrón y celeste.



buen día


Amanecer
como amanece el sol en la hierba
con un abrazo suave
con una caricia que sonríe
con los ojos pegados que ven sin mirar
con tus hoyuelos diciendo buen día
y tu peinado despeinado que dice un rato más.
Pensé en abrazarte
pero me gusta verte
verte dormir
verte remolonear
verte en cualquier estación.
Me acostumbré a vernos sin mirar
a sentirte sin tocar, me acostumbré
y no me molesta la rutina
si tu sonrisa es rutina
si tus ojos color avellana tienen ganas de decir buen día
siempre a la misma hora, siempre después de un recuerdo lunar
sólo quiero seguir sintiendo el sol
sólo quiero seguir sintiendo.




pretérito imperfecto

Me encantaba que me encantes.
(Pensó mientras miraba desde la ventana del colectivo la esquina donde se habían dado su octavo beso.)



El mal uso de un te amo. (O del "te amo")

Plantear esta teoría acá va a alejarme un rato de los personajes y las historias. Va a dejarme sin esos mail de mis amigas preguntando a quién le estaba dedicando ese post o quién era el personaje que no era yo. Va a dejarme sin twits amenazando que tengo que contar algo que al parecer no conté, pero un post que surge en un colectivo hay que postearlo. Es así y no se discute.

Y acá estoy como un ser al que le choca leer "te amo" por todos lados.
¿Realmente todos se aman?
(Mi primer esbozo de pensamiento asegura que no, si los cuerpos estuvieran emanando tanto amor no nos molestaría subir al subte en hora pico, sería una fuente tan grande y potente de amor que claramente no nos molestaría, casi que no quedaría molécula de aire sin amor, y sin embargo nos molesta, por ende mi primer esbozo de pensamiento no debe estar tan errado.)

Lo que plantea mi teoría o este simple análisis que hace algunos días está rondando en mí ser es lo siguiente:
“Al haber malgastado tanto las palabras ya no significan lo que antes.”

Entonces me pregunté (en una de esas charlas entre mi cerebro y mi corazón en la que suelo ser una simple espectadora de un show –según el día- cómico, dramático, de terror, romántico y vaya a saber cuántas categorías más) ¿Cuándo fue la última vez que de verdad sentiste que amabas a ese ser al que le estabas diciendo te amo?
(Y me lo pregunté a mí en mi charla, en mi show, pero también pretendía las respuestas del mundo, tuyas, de él y de ella.)

No estoy en contra de que la gente se exprese su amor (exceptuando las expresiones amorosas que se convierten en desagradables al tomar como escenario los transportes públicos) pero ¿de verdad lo sienten?
(Acá puede venir la parte del post en la que pensás que mina insensible, no siente nada, y cosas por ese estilo, pero tal vez porque siento lo escribo).

Eso. (Nota mental). Porque siento, lo escribo.

Una vez escribí en un mail "te quiero" y en realidad iba un "te amo". (Usé más letras y mentí). No sé por qué no escribí lo que realmente sentía, quizás por creer que para algunos las palabras todavía significan lo que significaban.
Posiblemente un destinatario “x” hubiera hecho caso omiso de mis sentimientos al creer que sólo se trataba de una frase hecha, común, cotidiana, pero como sabía que no era uno de esos típicos destinatarios, no me animé.
(Y las últimas 3 palabras se las dedico a todos mis amigos que aseguran que cuando siento, me mando, y “me mando” es con todo lo que eso signifique).
Retomo y pienso. Seguro que lo amaba porque no era uno de esos típicos destinatarios.

Entonces para algunos escribir esas dos palabras es casi tan difícil como sentirlas.
(y para otros es la firma automática de mails, sms, comentarios de Fb…). Suspiro. Recuerdo. Pienso en la última vez que dije te amo. (Pienso en esas veces que debería haberlo dicho). Pienso en esa última vez que lo sentí. Sonrío. Recuerdos. Recuerdos. Recuerdos. (No voy a llorar, pienso). No lloro. Ahora no. Suspiro profundo y me alegro por pertenecer al grupo de los que sienten.

Volvamos a usar el te amo con ese retorcijón de panza y ese “cerrando los ojos tal vez la tierra me hace desaparecer”.
Volvamos a sentirlo.




Mano y contramano.

¿De qué lado querés?
Al lado tuyo está bien, le dijo.

Entonces él durmió 63 años del lado de la puerta y ella del lado de la mesita de luz.

Olympus Tough 8010

En el fondo los dos tenían las mismas ganas.
Pero él tiene miedo de ir para abajo y a ella le gusta bucear.

MARIEL


Mariel es una puerta sin cerrar.
Eso es lo que dijo Belinda en el té
del pasado jueves y nadie refutó su teoría.
Té al que Mariel, por un dolor de cabeza, no asistió.

Mariel tiene 73. Cumple 74 en la próxima nevada. Luce una cabellera gris tornasolada que se corta recta y perfecta 7 cm abajo de los hombros. Su melena voluminosa es la razón de cientos de charlas que terminan concluyendo en que “así está bien” (y así la lleva hace ya 6 años).

Pero el jueves nadie refutó la teoría.
Y es que como toda teoría de Belinda siempre hay una explicación por la que nadie objeta, más bien, asentimos. Y esta vez, como casi siempre, la respuesta fueron los hombres, o mejor dicho: el amor.

Mariel se enamoró por primera vez cuando tenía quince años.
Se enamoró por primera y única vez cuando tenía quince años.

Después tuvo 2 novios. A los 27 se caso con el segundo.
Se separó.
A los 40, en esa fabulosa etapa en la que te descubrís vieja y no tenés idea de vejez se fue a vivir con un hombre 17 años mayor. Y hoy, vive sola en una de las pocas torres que quedan en el barrio.

Ni del primero.
Ni del segundo.
Ni del último.

Ella no volvió a enamorarse nunca.

Y al primero lo quería, pero añoraba a su amor adolecente.
Al segundo creyó amarlo. Pero uno no ama si vive enamorado de un recuerdo.
Y al último lo hizo feliz.

Mariel nunca acepto que su único amor fue ese jovencito de diecisiete años.
Mariel nunca cerró esa puerta.
Por eso no se volvió a enamorar.

Sus consejos aún hoy siguen remitiendo a historias de ese invierno de 1954.
Un invierno que para todos duró cuatro meses y para su corazón aún perdura.


Un viaje y una canción


El cielo indicaba que la ciudad dormía.
Pero ellos no.

Reunió a sus dos amores,
y durmió con uno,
como si lo conociera de algunos otoños atrás.
Y soñó con el otro,
mezclando sueños que ya había soñado.

El cielo indicaba que la ciudad despertaba.
Pero ella no.