Se desvistió suavemente y tomando el pote
de crema con olor a abuela que tenía a medio llenar sobre la repisa se
embadurnó, primero las piernas y luego el torso.
Aún un poco pegoteada se metió en la cama.
Un acolchado pesado hacia las veces de
abrazo. Cerró los ojos.
Los abrió.
Dos puntos de luz se divisaban a través de
una persiana imperfectamente cerrada.
Un reloj de aguja sonaba invisible del lado
de la pared de la mancha de humedad.
Cerró los ojos y no tuvo cita más que con
su mente.
Una mente que hoy jugaba a los
flashback de telenovela.
Una mente que hoy no iba a hablar.
No iba a proponer.
No iba a plantear.
Hoy sólo iba a recordar hasta
quedarse dormida en el beso de esa tarde que se hizo noche en una
esquina de la calle Tucumán.
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