2 y 2 son 4

Las gotas empezaban a cubrir la vereda. Al principio eran unos pocos puntos que cambiaban las esquemáticas baldosas grises por unas con un entretenido efecto a lunares.

Adelante mío estaban ellos.
Él y ella para ser más exactos.
Los tres nos dedicábamos a esperar la llegada del autobús que nos acercaría al centro.

Al cabo de un rato esa llovizna rítmica que competía con el paso del viejo tren hizo que todo se vuelva nuevamente gris.

Hice 3 pasos para atrás hasta quedar en el lugar donde la vereda todavía era gris claro.
Ellos se quedaron ahí. Adelante mío.

Después de verificar que nada de lo que esperábamos estaba a la vista ella sacó su paraguas. Lo abrió y lo colocó a su altura.
Él, encorvado para poder compartir la protección de ese paraguas, se agachó aún más, deslizó su brazo por el cuello de ella, acercó su rostro al de ella y sacándole el paraguas tiernamente de la mano la besó.

Se miraron por 3 segundos con la fuerza de una mirada que une el vagón con la estación que está dejando atrás.
Yo miré para atrás. Sólo quedaba el tronco del árbol que me cubría de la lluvia. Tan quieto como los abrazos que ya no me das.

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