Corazón viajero: no importa el tiempo ni el lugar.

Escribiendo en hojas de papel como lo había planeado mientras siento la brisa que después de días decidió salir a correr y afloja el calor de mis músculos.

Ni el lugar ni el clima que me había y me habían pronosticado, pero tal vez los que tenían que ser.

Animales exóticos se esconden detrás de los adoquines que desde que tengo memoria están en mi patio (y eso que el patio fue cambiando: de lugar y de forma).

Quizá era el momento de disfrutar esos lugares a los que uno no les entrega el tiempo suficiente por vivir al ritmo de esta ciudad.

Me cebo un mate, mi papá enrolla la manguera con la que segundos atrás dejaba reluciente cada baldosa (como siempre) y descubro que de la rodilla para abajo somos la misma forma. Mamá se asoma por la ventana afirmando que ese es el escondite de las lagartijas. Papá me pregunta si vi a la chiquita o a la grande. Yo me pregunto hace cuanto tenemos mascotas y por qué todavía no les pusimos nombre.

El cielo cambia como si alguien que no sabe pintar con acuarelas estuviera jugando con ellas.

Creo que hoy mi corazón está como el cielo.

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