...se casa una vieja!

Decidió sentarse a escribir sobre que no podía escribir a ver si lograba escribir.

“Qué semanita que tenemos” se dijo.

Y lo corroboró ese duende que anda salpicando por su mente. Desordenándola. Trayendo recuerdos del futuro y planeando el pasado.

Indecisión.

Polémica interna.

Y nada por decidir.

Querer y no querer difieren ampliamente de amar y odiar.

Sintió las dos. Las cuatro.

Miró hacia atrás y divisó sonrisas.

Se asomó hacia adelante y descubrió carcajadas.

Se vio en ese instante y llovía con sol.

Un vacío se llenaba con lo que creía eran reminiscencias.

Y no se daba cuenta que hacía días su corazón convivía con eso.

Añoraba la mirada penetrante del señor que ya no la observaba en la esquina de la calle Uruguay.

Extrañaba la perspicaz sonrisa que lo transformaba en aquel niño estirando su remera para agarrar más golosinas en esa imponente catarata de dulzura y diversión que generan las mejores piñatas.

Lo recordaba como ese beso que adelante de todos se camuflo como un gecko que nunca fue descubierto por su depredador.

No se preguntó ni cómo, ni cuándo, ni por qué.

¿Para qué?

Eligió mirar el arcoíris y reinventar cada color.

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