Caras MAYORES.-



bb.-


Ahí estaba yo.-

Mi mamá decía que estaba mal desearle la muerte a alguien. Debe ser por eso que a pesar de todo hoy me puse mal. Los chicos parecían estar contentos y yo estaba como el amor de un hijo: dividido en dos. Hacía mucho que estábamos esperando esto, pero ahora que pasó no se si en realidad quería que llegara.
Mamá me mandó a ponerme el traje dijo que antes de eso me bañara; pero para qué me iba a bañar si con los chicos íbamos a…
Bueno, sonaba lógico que mandara a bañarme. Lo mismo había pasado cuando se murió el que antes vendía sillones de madera: ducha y traje, ir a la casa y juntarnos con toda gente vestida igual que nosotros pero llorando, saludar a la familia y decirles que lo sentíamos, bajar la cabeza y esperar a que mamá y papá salieran de un cuarto al que entraban con flores y una vela. No se porque todos estaban tristes: el hijo del señor que ahora vende los sillones que vendía el papá es mucho más bueno. Una vez a Juan se le fue la pelota y nos la devolvió y dijo que algún día lo invitemos a jugar. Pobre. Seguro que con tanta gente llorando en la casa le quedó todo mojado y los pocos amigos que tenía se aburrieron de secar. Yo les dije a los chicos que lo invitemos pero dijeron que era más grande y nos iba a ganar.
Mamá dice que me apure, que no vamos a llegar. Cuando vea que no me bañé se va a enojar pero como tenemos que irnos me va a retar después y cuando volvamos va a tener que llorar un rato más así que no creo que se acuerde.
Bajé la escalera corriendo, mamá me miró con cara de no te bañaste y llegamos tarde. Todo junto. Salimos, papá nos esperaba con flores y velas. Me dio una: dijo que estaba grande y podía hacerlo.
Llegamos a la casa a la que todos los días había deseado entrar. Esperaba encontrarme con todos los cadáveres de pelotas perdidas. Entramos. Bajé la cabeza y dije para mis adentros que lo sentía. Creo que en verdad lo sentía, más cuando sin levantar la cabeza vi que no había nadie de la familia a quien decírselo en voz alta. No había otro cuarto al que entrar para dejar las flores y las velas. Solo este con un cajón sobre la mesa y no más gente que mamá, papá y yo.
Mamá y papá lloraban, todavía no entendía por qué. Estaba harto de no entenderlo. Me separé de papá, corrí hasta al lado de la puerta y la subí. Subí esa vieja perilla color negro y el cuarto se iluminó.
Mamá me miro llorando.
Papá se sostenía la cabeza sin poder explicarme nada.
Me acerque a la mesa y como no era muy alta pude ver todo: ahí estaba ella acostada en un cajón que parecía quedarle chico. Ahí estaba la dueña de la casa a la que todos mis amigos habían deseado entrar. Ahí estaba la señora que aparecía en unas viejas fotografías de casa.
Ahí estaba yo y yacía mi abuela.