[ma®cados "Exquisita"]

Era un sábado. Un sábado a la tarde. Era una tarde de lluvia y que mejor que instalarse en la cocina como en la cama una noche de invierno.
La lluvia le decía no a lo salado y decidí hacer un bizcochuelo. Las astas de mi batidora giraban como si sumáramos millones de vueltas olímpicas. Se concentraban en el sabor del triunfo y la alegría de inmensas fuentes de los más exquisitos chocolates. La potencia hizo que en modo creciente tres caballos fueran naciendo de ese batir, tres caballos que al tomar cuerpo comenzaron a correr por toda mi cocina.
No podía abrir la puerta… llovía.
Así que abrí el horno y el calor los llamó a reposar bajo un tierno sol de primavera.
A la hora los comí. Me sentí una yegua.