Transar.

Te robé un beso.
Como se roba un mate en una ronda distraída.
No entendiste.
No expliqué.
Pero abajo del sol que rebotaba en el andén de La Paternal nos convertimos en dos delincuentes preadolescentes.

Espuma, Javier y algún día.

Yo solo quería batirte el café cuando viejos.


(Lo único que no me animé a decirle a Javier, todavía)

Javier se fue.

Las luces del barrio se iban apagando de a poco. Desde el piso 8 de un monoambiente, ella, con algo de maquillaje corrido en la cara se fundía con su pijama, que lejos estaba de hacerle honor a su nombre. La ventana entreabierta de una noche que adelantaba el verano dejó escuchar "el amor se fue" de un auto que seguramente fuera rojo y pasó en el momento preciso y a la velocidad estipulada por el destino.
La frase de la vieja canción retumbó algunos minutos en su cabeza, como si algo más se hubiera ido en esos segundos en los que las ruedas giraron por el empedrado que sobrevivía metros abajo.
La soledad se desveló. 
Los pensamientos se volvieron decisiones.
Los sentimientos se compenetraron, explotaron, se hicieron más fuertes, como si la oscuridad tuviera un dominio absoluto sobre ellos y los hiciera crecer de manera exponencial, con cada nuevo ronquido de la ciudad.
Un suspiro. Un desvelo. Una lagrima. 
Era inevitable retroceder y volver a escuchar cada una de sus conversaciones, como si fueran una nueva serie de Netflix.
Amar y odiar al protagonista.
Atento e insensible. Inteligente y mentiroso.
Ese auto rojo había terminado, sin saberlo, con la serie del momento.
Cerró el libro que ya no leía. Y dejó 4 capítulos sin leer. 
No le gustaba dejarlos así, pero menos le gustaban las historias sin besos. Los besos sin noches. Y las noches sin Javier.

Javier Stout

Quizás, esa era la diferencia con la gente común. Con esos que sonríen cuando les toca el algodón de azúcar más grande. Más dulce. Corriente y empalagoso. Yo sonreía cuando Javier era stout. 

Javier XLI

No era la primera vez que iba a ver a su banda.
(Ni sería la última)

No era la primera vez que chocaban sus ojos cielo primaveral con una mirada que había perdido la inocencia.
(Ni expirarían esos encuentros)

No era la primera vez que un desconocido se equivocaba suponiendo que eran más de lo que eran.
(Ni sería la última en la que un conocido volviera a darse cuenta de todo)


No eran el uno para el otro.
(Ni serían uno sin el otro.)

Javier XL

A veces es un instante.
Una palabra.
O una mirada.
Esa noche bastó volver a encontrarse para que Nicolás se transforme en Javier.
En un instante. Una palabra. Y una mirada. 

Javier (pensó)

Y una noche cualquiera su cabeza decidió que su corazón sienta.
Y los imaginó entrelazando sus dedos arrugados por el tiempo.
Y los recordó abrazados, observando un horizonte tibio de verano.
Y los sintió queriendo tocarse, sin alcanzar a rozar la sombra de la que se sabían enamorados. 

Javier y el cuco

"La gente le tiene miedo a lo que no entiende", como Javier. 

(Por culpa de Javier)

Los ojos nunca pierden la memoria.
Y el corazón a veces la quiere perder. 

Javier XXXIX

Una tarde del verano de 2064 se encontraron en la vieja plaza del barrio.
Ella perseguía a su nieto que hacía girar las ruedas de un triciclo antiguo a toda velocidad. Él observaba con atención como los pelos de su nieta volaban al caer por el tobogán más alto.
Sus miradas se reconocieron en el microsegundo que se cruzaron, como si hubieran sido grandes amigos de la infancia, como si se hubieran mirado intensamente durante años, como si los kilómetros compartidos nunca hubiesen permitido que se distancie el corazón. 
Con sus nietos mirándose desde atrás de sus piernas, confesó estar arrepentido por no haberlo hecho décadas atrás. Ella lo miró en silencio; hubiera preferido arrepentirse hacía 48 años.

Javier XXXVIII

Le faltó Pepsi, pensó. 
Abrazó su almohada y se durmió. 

Javier XXXVI

Años después, descubrió que había sido aquel verano cuando se enamoró por primera vez. 
Profundo y efímero. 
Como un estío de 365 días. 

Probablemente Javier.

Probablemente.
Jugando a las escondidas.
Probablemente.
Cante pica para todos mis compas.
Probablemente.
No te busque.
Probablemente.
Te encuentre.
Probablemente.
Acá.


A Javier, que me observa desde su escondite sin agallas para picar.


Javier en vísperas de feriado

Destapó una cerveza. 
Se sentó en el sillón. 
Agarró el control remoto y apagó el televisor.
En su corazón estaba por jugarse la final más esperada de los últimos tiempos. 
Tomó un sorbo y sintió. 

Javier XXXV

Corrió ese tren, como si en él se le escapara el amor de su vida.
Esa mañana no había tomado su café. 

El verdadero Javier

Y sin embargo, jamás se olvidaron de ese beso en la casita del árbol, cuando él usaba botas de lluvia rojas para no humedecer sus medias al jugar entre las hojas caídas del otoño y ella llevaba dos trencitas unidas por una colita que simulaba ser un pompón de conejo y robaba granadas con las que coloreaba sus labios.

Javier?

Estaba acostada boca arriba, sus dos brazos rodeaban una almohada blanca y acolchonada que simulaba ser de pluma. Sabía de memoria la cantidad de tablas que componían el techo inclinado a 35 grados de su habitación. Su mente dejó escapar en voz alta un "estoy aburrida" que retumbó en los sueños sin acción de aquella semana que nunca recordó. 

Javier XXXIII

Se despertó esa mañana de invierno en la que el chiflete del aire frío y denso de un amanecer todavía sin sol se colaba por algún hueco imperceptible de la ventana.
Las plantas que colgaban del alero hacían las veces de cortina del cielo aún oscuro.
Se detuvo, sin darse cuenta, en medio de la rutina del té y las tostadas. No sabía si iba a batir un café o a calentar la pava para tomar unos mates.

Javier XXXII

A veces
(mientras tus brazos me rodean fuerte en eso que algunos llaman abrazo)
te extraño.

Javier XXXI

Cuanto mejor es la madera, más difícil es sacar la astilla del corazón.
Ese fue el único problema de haber compartido una cerveza con gusto a viajes aquella noche pintada por Javier en la vieja plaza del barrio de San Telmo. 

Javier XXX

Nunca más te abracé porque si.
Y eso duele en los músculos del alma. 


Javier XXIX (y otras secuencias de mi vida)


Sentir.
Decir.
Hacer.
Sentir.
Hacer.
Callar.
Sentir.
Pensar.
Hacer.
Sentir.


Sentir. 



Javier XXVIII

La sutil diferencia entre que seas un momento o seas mi momento. 



Lista del super-martes 15


-3 cervezas 
-1 kg de papas
-Javier
-Queso Azul
-Esponjita Virulana
-1 pan de manteca 

38 años y 15 días (Javier XXVII)

Se distrajo mirando el horizonte, como cuando de adolescentes pasaba los 132 días de su verano en aquellas playas ventosas y desoladas. 
Javier, a quien creía descorchando vinos en otros mares, volvía a desconcentrar su compás a los 38 años y 15 días. 



Javier XXVI

Lo hizo torpemente. (Como lo suelen hacer todos los hombres)
Ella le gritó con sus ojos avellana, que sabían muy bien de la humedad de la lluvia y el brillo del sol tempranero del otoño. 
Él se enamoró de sus palabras sin siquiera escucharle la voz. 




Javier XXV

Lo que para todos era una virtud, para Javier y para mí, el 98,4% de las veces era el más sincero de los defectos.




Del mar a los adoquines

En uno de tus abrazos.



A Javier que ha sabido transportarme con solo entrelazar nuestros brazos. 




Javier XXIV

Lo miró con esa impunidad que solo siente un corazón que vuelve de la guerra y con la dulzura que no pueden ocultar sus ojos color café y le pidió que si no había faltado a sus más profundos deseos, deje de mirarla así.
Así.
Así, como si sintiera lo mismo que ella.



Cada vez más Javier (Javier XXIII)

El polvo se levanta con el paso de la pelota que rebota contra un palo y se va atrás de los cactus que rodean la cancha. El equipo de los locales no pierde el invicto que los consagra desde hace años como dueños de la redonda. De fondo, un paisaje perfectamente imperfecto decora el estadio.
El sol deja entrometer alguno de sus últimos rayos del día entre las montañas, las nubes y los árboles desordenados.
Estoy sentada en el mismo lugar que hace algunos años. Muchos corazones se repiten pero laten diferentes. Sonrío por sentirlos cerca. Sonrío por los nuevos latidos. Freno. Miro. Contemplo. A lo lejos se escuchan las voces de los más chiquitos que explotan a carcajadas cuando el oso dormilón se despierta. Vuelvo a sonreír sin dejar de mirar ese horizonte. Esa bola naranja escondiéndose como cuando de chica jugaba a las escondidas en la casa de Del Carril. Pensar en sentir queda obsoleto. Solo se siente. Y se siente bien.
La pelota vuelve a girar. El polvo hace un baile entre las piernas que se mueven en su búsqueda. Arriba, el telón, va cambiando de color. Cada combinación es más precisa que la anterior. Como si un reconocido pintor manejara las tintas.
El viento empieza a soplar más frío. Las hamacas guardan la quietud de otro día llegando a su fin. Las últimas sonrisas corren a calentarse con el abrazo de un amigo. Vuelvo a mirar los picos grises y violetas que nos tienen rodeados. Vuelvo a imaginar que hay detrás de cada uno de ellos. Vuelvo a confirmar lo difícil que es no estar enamorada de esos ojos.