Matias


Había hecho tres pasos por la vereda de los pentágonos grises.
Su abrazo me cautivo. Hice más lenta mi marcha. Necesitaba contemplarlos un poco más.

Estaban fundidos en la vereda como si hubieran terminado de rodar por una colina de pastos suaves.

Se escucharon pasos con ruido a llaves y un “Vamos Mati”.
El abrazo se deshizo.

Matias se paró y caminó hacia la derecha atrás de su papá.
El perro negro del garage de enfrente de la vía hizo lo mismo, y caminó hacia la izquierda metiéndose entre los autos.
Sabían que mañana podrían seguir jugando.

Caminé derecho. La vereda de los pentágonos grises había terminado.
Como el abrazo de aquella madrugada en la esquina de Arenales y Billinghurst.



Pactos para mantener el alma suspendida en LA menor

Hagamos una cosa, le dijo.
Un día yo te voy a hablar.
Y vos, vos sólo vas a contestarme.

Ese día bastará con tu "hola".
Como hoy basta con que estés entre la lista del super y el horario en el que pasa el último tren por la estación Paternal.