El era psicólogo. Ella también.
El jueves se encontraron a las 15:51 en el
café Royale.
Estaban sentados en la mesa que da a la
ventana de la avenida y sin saberlo se contaron nuestra historia de amor.
Nico estaba apoyado contra la pared de aquel viejo club de barrio que deja notar sus años con la vitrina de trofeos perfectamente lustrada que se ve desde la vereda.
La punta de las zapatillas de Mara apenas se dejaban acariciar por los botines embarrados que esperaban no manchar todo el auto de papá.
Tomados de la mano, formaban un triángulo invertido que se balanceaba perfectamente acercando sus labios y alejandolos. Permitiendo algún que otro beso fugaz digno de la edad del acné y diez pesos en la billetera.
Un laberinto de padres, mitad fútbol, mitad handball, me hizo pasar muy cerca de ellos que después de un balanceo completo con roce de labios incluidos empezaron a discutir sobre lo que había dicho el pediatra.