Quiero ordeñar vacas con vos


Taller de escritura
(por Gabriela Bejerman)
texto 11



¿Quiénes van? ¿Cómo vas y cómo volvés?

Esas eran las únicas dos preguntas que me hacía mi madre antes de salir cuando tenía 15 o 16 años.

“Los de siempre y como siempre.” Le decía yo. Y con eso le bastaba.

La verdad es que nunca éramos los mismos y nunca íbamos y volvíamos igual.

Calculo que la primera vez debo haber hecho una lista de nombres y dicho que iba y venía en remís.

Nunca fui o volví en remís. Inconscientes. Caminábamos a cualquier hora por cualquier lado. Tomábamos cualquier colectivo en cualquier esquina. Pero siempre volvíamos todos los que habíamos ido. (Éramos buenos pibes).

Ese día estábamos volviendo. No me acuerdo ni de dónde, ni por qué tan tarde (o tan temprano). Volvíamos caminando por Chiclana. Chiclana a la altura de Boedo. El sol del domingo pegaba en las veredas que no estaban escondidas por los edificios. Veníamos caminando algunos más adelante y otros más atrás. Todos en la misma cuadra.

Pero esta vez no éramos “los de siempre”. Ni “los de siempre”. Esta vez había dos chicos nuevos. Dos amigos nuevos de los chicos.  Dos chicos que no eran de capital. Dos chicos que habían venido a estudiar a Buenos Aires. De General Viamonte eran. Son.

En nuestro grupo ya había algunas parejas formadas, otras ex parejas y algunas otras con amores en otros rumbos, como yo. Pero amaba salir con mis amigos así que lejos estaba de perseguir al chico que me gustaba. Prefería salir con “los de siempre” y estar sola. Pero esa mañana su sonrisa destruyó mi teoría de la amistad entre el hombre y la mujer, que era la contraria a la que me había contado otro de los chicos.

La teoría de él indicaba que no existe la amistad entre el hombre y la mujer. Que siempre uno o el otro le tuvo, le tiene o va a tenerle ganas al otro. Yo solía destruirle esa teoría diciéndole que entonces él estaba enamorado de mí. Ahí la discusión aflojaba. Él me decía que tal vez en cinco años yo me enamoraba de él. Entonces, y como odiaba perder una discusión un día le pregunté: “Si una tarde cualquiera de las que arreglamos para merendar tu mamá te cruza saliendo de tu casa y te pregunta a dónde vas, ¿vos qué le decís?” y le di tres opciones. Una era a tomar la leche a lo de una amiga. La otra era a tomar la leche a lo de una conocida y la última era a tomar la leche a lo de una minita.
Eligió la opción uno. Y desde ese día nunca más hablamos de su teoría. Y por ende, de la mía.

Pero ahora había aparecido ÉL (y su sonrisa). No sé si de casualidad o a propósito quedé caminando al lado de él.

Me acuerdo que delante de todo iban mi mejor amiga y el otro chico nuevo. A dos veredas un grupo grande y últimos, tres veredas más atrás: nosotros.
Me contó de su pueblo, de qué había venido a estudiar a Buenos Aires porque allá no se podía estudiar. Me contó que tenía varios hermanos. Que vivía solo. Que había tenido una novia allá, pero que ya no. Me contó que le gustaba tocar la guitarra y me dijo que yo debería conocer General Viamonte.

Después de todos estos años no puedo evitar recordar lo perfecto que le quedaba el lunar de su mejilla izquierda cuando sonreía. Tenía una sonrisa perfecta. (Madre odontóloga). Y un lunar más grande que lo común. Juntos eran el combo majestuoso.

Todos vivíamos relativamente cerca y la avenida Chiclana se iba topando con las calles que, dos cuadras para adentro (a izquierda o derecha), desembocaban directamente en nuestras casas.

Llegamos a la esquina en la que doblábamos con una de las chicas. El grupo se había juntado ahí para despedirse. Él tenía que seguir 3 cuadras más derecho por la avenida y doblar 1 vereda a la derecha. Ahí vivía. En un departamento de 2 ambientes que era de los papás.

Saludé a cada uno de los chicos y cuando llegué a él me agarró de la cintura y me dio un beso en el cachete.

Esa mañana no me lavé la cara. UN BESO EN EL CACHETE ¿ENTENDÉS?

Entonces me llegó un mensaje de texto. Era mi mejor amiga. Ella había caminado al lado del otro chico nuevo. Me preguntaba qué onda, si me gustaba. Le contesté que un poquito.

(¿UN POQUITO? Me encantaba, estaba loca. Nunca había conocido un chico como él. Quería conocer General Viamonte. Quería escucharlo tocando la guitarra mientras mirábamos el atardecer. Quería ordeñar vacas con él.)

Entonces le pregunté qué onda ella, y me dijo: “Sólo me cayó bien”.
Estaba claro: la mañana la encontraba, también, perdidamente enamorada.


Pasaron varias salidas, juntadas, cenas, asados, tardes, pijamadas, fiestas. ME SEGUÍA ENCANTANDO.

Más me enamoré el día que la risa y el lunar se combinaron con sus pasos de baile. Su tonada…

Éramos grandes amigos.

Un día me enteré que su ex había venido a estudiar a Buenos Aires. Dejó de venir siempre, pero cada tanto nos veíamos y seguía igual de lindo.

A veces iba a comprar al almacén de la esquina de su casa a ver si el barrio y la vida nos cruzaban. Creo que esto nunca se lo confesé.

Lo que sí le confesé después de algunos años fue que desde esa mañana estaba enamorada de él. (Es el día de hoy que sigo confesando -aunque a veces tarde- que estoy enamorada). En ese momento me dijo que estaba con su novia (y aunque yo sabía de su condición de pirata, acepté su respuesta y nuestra amistad siguió viento en popa).

¿Viento en popa? Remolinos. Terremotos. Tsunami. Tenía el corazón estrujado como el chicle masticado que me había convidado el 12 de diciembre hacía un año atrás.
Cada vez que nos juntábamos con los chicos, deseaba que no viniera y cuando no venía, quería que viniese. Me vestía para él hasta los días que ya sabía que no venía. Hasta los días que era imposible que llegara “de sorpresa” porque sabía que se había ido a Viamo (como le decían ellos) a pasar el fin de semana.

Después pasaron algunos años y dejamos de juntarnos con “los de siempre”. Empecé la facultad, le fui infiel y me enamoré de otra sonrisa.

Una noche, en una fiesta nos volvimos a cruzar. “Se me tiró” como decíamos antes. Pero no pasamos del abrazo. Del abrazo entre dos grandes amigos. Yo estaba ahora enamorada de otros ojos.

Al tiempo, desenamorada ahora de esos ojos, la noche nos volvió a cruzar: él estaba felizmente enamorado de su ex.
CON LOS EX NO SE VUELVE. (Esa es mi teoría desde que tengo 15, si quieren otro día se las cuento).


Hoy, y cada tanto, nos juntamos “los de siempre”. Seguimos siendo todos amigos. Yo sigo pensando que su lunar y su sonrisa combinan como el sushi con un buen vino. El mejor vino blanco. Blanco y seco. El sigue pensando que tendría que conocer General Viamonte, pero no me invita.

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