y así hay un montón de cosas...

Cuentan que él no sabía hablar, o al menos nunca había hablado con nadie.

Cuentan que aparecía en los momentos en que alguien deseaba que aparezca pero nunca se sabía cuando iba a aparecer.

Cuentan que mucha gente se fue enterando de los efectos de esa sonrisa y el pueblo se fue llenando de viajeros que pasaban sólo por una noche y sólo para desear.

Cuentan que una sonrisa de él sabía a 3 aspirinetas robadas del estante más alto de la alacena.

Cuentan que el pasto se volvió más verde y el cielo más azul. El sol iluminaba y calentaba a la par y los pájaros cantaban mejor que en otro lugar del mundo.

Cuentan que él les había sonreído.


Estuve en ese lugar.

Está decorado con la triste ilusión de lo que alguna vez fue.

Ya nadie se anima a sonreír. Ya nadie sabe cómo se sonríe.

El reflejo de haberse preocupado por sentir y no por provocar que la lluvia moje más.

Así voy a vivir.

Un día alguien me dijo que si quería escribir solo tenía que dejar que a mi mano la guiara el corazón y todo eso que siento, básica y racionalmente, porque si yo no lo siento no voy a provocar nada en esos que me lean.

Hoy me pasó una de esas historias que aparecen en http://disuelveyconcentra.wordpress.com/, el blog de ella (una persona que de una forma u otra, me provoca).

Todo empezó por respetar esa letra de Xuxa que dice que “los amigos de mis amigas son mis amigos”.
Entonces, más menos, barajando el significado de la palabra “amistad” como yo lo entiendo y como Facebook lo entiende me encontré contándole a un desconocido o a un amigo (según Facebook) por qué había hecho ciertas cosas en mi vida, si en realidad (según él, la sociedad y su postura) no condice con lo que pienso o debería pensar, y por ende con como actúo o debería actuar.

No se me ocurrieron excusas para derribar su teoría. Racionalmente perdía la batalla en menos de una oración. Y es que en realidad no llegué ni a razonar todo esto y me encontré desnuda frente a un desconocido (o frente a un amigo).
La respuesta la escribieron mis manos, pero la guió mi corazón: “y cuando lo hice sentí que lo tenía que hacer (…) La vida dirá (supongo) por qué, o quizá no… Tal vez fue mi primer paso de vivir por lo que siento (…)” Y le aclaré que de todas formas entendía su postura. Ahora entiendo que entendía su lado racional. Su decisión de vivir por lo que piensa y no por lo que siente.

11:00 (en teoría), hora y media o dos después, reunión laboral en la que se habló de mucho, se discutió en defensa de las posturas propias o del de al lado pero lo único que quedó resonando en mi cabeza fue una frase tirada al azar que hablaba de que tal vez, quizá, podría entrar como opción, que lo que deberíamos hacer es empezar a vivir siguiendo y respondiendo a lo que sentimos y no a lo que pensamos.
Inmediatamente mi yo racional dijo “el mundo podría irse a la mierda”. Supongo que sintió miedo. El miedo que no sintió horas antes cuando le contaba a un desconocido las consecuencias de lo que sintió una vez.

Y cuando el mismo que un día me dijo que sea mi corazón el que guie mi mano a la hora de escribir amagó con responderme, me di cuenta que desde hacía varias horas ya había decidido vivir de otra forma. Y si el mundo (o mi mundo) se tiene que ir a la mierda… que se vaya.

La casa de mis Barbies.-

Tenía 3 pisos. Era de madera y estaba pintada de rosa y blanco. En la planta baja: un comedor y una cocina. En el 1ero: el dormitorio con el ropero más grande que alguna vez hayas imaginado y en el último (por lo general) instalaba el restaurant y la boutique.

Así era la casa de mis muñecas.
Así era la casa donde nacían y morían historias que duraban una tarde.

Hace un tiempo me crucé con una de esas historias. Y me quedé mirando, recordando aquellas tardes de otoño en las que armar el juego duraba una eternidad y jugarlo un suspiro.
Está claro que vos nunca habías jugado a las muñecas. Nunca te diste cuenta que durante meses ibas de la cocina al dormitorio y del dormitorio al comedor. Paseabas por esa casa sin saber que estabas adentro. Respetabas cada paso, cada giro de la historia que alguien estaba armando. Y un día te diste cuenta que eras parte del juego y que los juguetes no eligen la historia. Les toca. Pero ya estabas adentro de la casa de las muñecas.

El único error fue no entender que esas historias deben durar una tarde y que los muñecos nunca van a sentir.

¿Yo?
Miraba.
Hace años que dejé de jugar a las muñecas.

Aprender a caminar

Dijo que no me podía ayudar, que no insista.
Y es que en realidad yo no entraba dentro de sus reglas.

Seguimos caminando. Cada día que pasaba él creía más y más en que íbamos a llegar a un punto del camino donde este iba a dividirse y los dos, por tercos o por destino, íbamos a elegir tomar distintas direcciones. Yo entendía que era una posibilidad, había recorrido otros senderos en los que eso había sucedido. Creo que es la naturaleza propia, la esencia de los caminos. Pero no había división a la vista, primero deberíamos llegar al horizonte y, recién ahí, ver si un poco más allá aparecía ese punto.

Dijo que no me podía ayudar, que no insista.
Y es que en realidad yo no entraba dentro de sus reglas.

Aprendimos a caminar a la par. Cada tanto abandonábamos el centro y uno recorría el borde derecho y el otro el izquierdo. Después volvíamos a encontrarnos y seguíamos.
Tengo el presentimiento de que si un día llegamos al punto donde el camino decida dividirse (y dividirnos) por tercos vamos a elegir distintas direcciones, pero cuando volvamos a pasar la línea del horizonte el destino va encontrar un punto de intersección entre nuestros senderos, y vamos a caminar a la par, de la mano de las risas del recuerdo y las carcajadas del futuro.

No dijo nada, yo dejé de insistir.
Y es que en realidad él había cambiado sus reglas.

Un trébol de 4 hojas

Dedicado a los que toman decisiones en la asociación:

Tal vez no sea el momento de analizar los valores que me dio (y aunque, hoy, del lado de afuera) me sigue dando el deporte.

Compañerismo.
Trabajo.
Esfuerzo.
Respeto.
Empeño.

Valores que gracias al concepto de competición son premiados al final del camino.

Valores que siento, se desintegraron en el aire el domingo pasado cuando sonaba el silbato de un hombre fluo que indicaba el inicio de San Martin - SAG

Es que hoy cuando se extinguió la ilusión solo me quedaba razonar, usar la lógica (esa misma que deberían haber usado esos a los que les dedico este post y claro está, no lo hicieron).

Esfuerzo, compromiso, pasión, empeño se dan en 24 fechas. Los demuestra el tiempo.

70 minutos, son suerte.

Entonces gracias a esos que decidieron que sea la suerte la que marque y decida el camino del ascenso, hoy siento que el deporte desde algún lado me esta defraudando. Esta destruyendo sus propios valores. Esta premiando al que encontró un trébol de 4 hojas y no al que desarrolló hockey.

A esos a los que les dedico este post, hicieron un juego para que el mejor se convierta en rey y lo dejaron en el trono sin mando y sin corona.

Me llevo una mezcla de pena y vergüenza. Unos gramos de bronca y la seguridad de saber, viviré siempre de la mano de los valores que ustedes olvidaron.


(Chicos, felicitaciones por la campaña.)

dos extraños

A veces me equivoco cuando escucho tus ojos. Salteo párrafos, me paso de estación.

Entonces entiendo esas épocas de lentes oscuros en las que reinaba el silencio y advierto que esta bien, es una forma, pero no la que elijo. Es la que nos transforma en el soldado que escapa y la nena del delantal cuadrille. Y no, no la elijo.

Supongo que te aburriste de mirarme. Yo todavía voy por tu nariz.

400 km en 1 segundo

Era una tarde de otoño aunque el cielo y esa luna de las que aparecen en los cuentos insistieran con que era de noche.

Volvía a casa cuando las últimas hojas de la temporada formaron un remolino en la vereda. La brisa encapsulada del barrio en el que me tocó y en el que elijo vivir rozo mis mejillas. Por un segundo sentí que no había más canchas de tennis en la vereda de enfrente. Estaba en otro lado, pero no tenía miedo. Quién podría tenerle miedo a una ciudad que durante 22 años (de los 22 que anuncia tu documento) te hizo feliz. Fines de semana, meses, días, temporadas enteras caminando por la pasarela que ya no está. Cumpliendo con la rutina de dormir donde toque y hacer cola en el baño sea la hora que sea. Apostando de qué color estará el Pato esta vez y respirando el particular olor del puerto cuando sopla viento norte.

Entiendo que existen lugares increíbles en el mundo pero ese remolino me transportó a una de las casas en las que más a gusto me puedo encontrar.

Y disfruté ese segundo como si hubiera sido un verano. Uno de esos veranos en los que mis vacaciones duraban más que el verano en si.

Pasó una pareja con su perro, la espuma del mar desapareció pero la luna seguía ahí. Intacta.

Cayeron algunas lágrimas mientras mis pasos intentaban acabar con las 5 cuadras que me separaban de casa. Tenía ganas de cerrar los ojos y volver a estar allá, buscando un lugar en la soga para colgar mi toallón, leyendo un libro en el sillón verde o desocupando la mesa del comedor para jugar una generala.

Tengo ganas de estar allá.


Últimamente me siento afortunada: una brisa, un lugar.
Entonces entiendo que de esto se trata sentir y siento.