Martin Pescador


Año 1995 y todo era más fácil.

Ibas al colegio, porque tenías que ir al colegio.

No era una elección.

La seño era una suerte de “el que toca, toca, la cuchara loca”. Y tocó la loca.

Por suerte a esa altura de mi vida la inteligencia era uno de los rasgos que me acompañaban así que rápidamente comprendí y puse en práctica el ABC y con más menos horas dedicadas (muchísimo más menos que más) pasé el colegio como quien diría “de taquito”.

Me considero una buena receta.

Buenas dosis.  

En esa época el mayor conflicto que tenía era elegir frutilla o chocolate en el Martín Pescador. Me
gustaban los dos.

¿Por qué hay que elegir uno o el otro?

Pero entonces uno se da cuenta que la vida está perfectamente diseñada.

Todo empieza con un gusto de helado, simple (supuestamente).

Y a medida que avanzamos las opciones remiten a cosas mucho más interesantes, pero las elecciones delimitan caminos. Y a decir verdad, hasta que no te metés y recorrés un camino no sabés si vas a encontrar frutillas.

Desde la punta se ve poco. (Y encima yo no veo de lejos)

Pero en la punta hay que elegir.


Adrenalina. Ese vientito que te recorre de punta a punta el cuerpo y te hace sentir que estás viva.

Calculo que si de chica me hubieran gustado menos gustos de helado, hoy no me costaría tanto elegir.

Calculo que igual, la vida de los que siempre piden dulce de leche debe ser aburrida.


Derecho e izquierdo a combate cada vez que hay más de una opción.
Menos mal que alguien decidió por todos el tema de “b” y “v”. Sino la brisa de la adrenalina sería un huracán. Y a veces aburre vivir siempre en el medio de una tormenta: la naturaleza es sabia (dicen) por eso siempre que llueve para. A veces llueve más, si.


No sé cuál fue la vez que más tardé en una heladería.
Lo admito, a veces me cuelgo mirando el cartel, descubriendo gustos nuevos o mal escritos, recordando aventuras con mi predilecta menta granizada, o asumiendo que tengo que eliminar un gusto porque tres está bien, pero cuatro es demasiado.


No hay como sentirse satisfecho con un helado bien pedido.

Por eso a veces está bien detener el tiempo del heladero y pensar que querés.

(Cada tanto te toca uno que te deja probar, pero son los menos y cuando no, te la tenés que jugar.)

A veces no era lo que esperabas, a veces prometes no volver nunca más a esa heladería (a veces no cumplís tu promesa), a veces anhelas justo el gusto que no tienen, a veces comparás el helado con el de otras heladerías, a veces es solo un antojo, a veces es necesario, a  veces es un premio y a veces se derrite.

A veces te das cuenta que hace mucho que no pedís crema del cielo.

A veces cucurucho, a veces cuarto.

Y no, es en vano que le preguntes al que tenés al lado que se pide, siempre te terminás pidiendo lo que vos querés.

Es tu helado.



A los que piden el cuarto solo de chocolate:
Prueben ampliar la paleta de colores.


A los que optan siempre por gustos raros:
Cada tanto hay que meter un básico.


A los que piden más de tres gustos:
Disfruten el presente, ya va a haber otros helados.


A los que se cuelgan mirando el cartel:
Ojo que no les cierre la heladería.




¿Vamos a tomar un helado?





No hay comentarios: