Opciones. Desconectar.

Abrió el grifo. El vapor inundó el pequeño cuarto de techos altos. Las baldosas blancas estaban más frías que las negras, así que se desnudó parada sobre la ausencia de color.
Apenas el agua rozó su piel sintió algo de rechazo. Dolió. Pero tan rápido como el vapor se había apoderado de cada centímetro, el cuerpo se acostumbró y hasta sintió placentera cada gota que chocaba en él.
A la izquierda: una hilera de azulejos blancos del tamaño de una palma promedio, empezaban a ganar textura salpicados por la espuma que saltaba de esos descontracturados rulos negros.
El agua seguía cayendo.
Golpeando.
Haciéndose presente.
Interrumpiendo ese pensar que contaba la historia de esos que olvidan rápido con lo que a otros les cuesta olvidar.
No te habías enamorado de un par de ojos verdes.
No te había seducido un cuerpo socialmente aclamado perfecto.
La sonrisa que habías amado era pura. Como el blanco de las baldosas, los azulejos y la espuma.

El agua caía algo más fría que hacía un rato.
El vapor ya no era impenetrable.
El pelo lacio corría de un lado al otro escapándole a los finos chorros de agua que insistían con llevarse algo sin demasiada potencia.
Cerró el grifo. 13 minutos más que no la habían dejado olvidar.
Se enrolló en una toalla fucsia y fría. 2 gotas jugaban una carrera desde su hombro hasta la muñeca. En la mitad del recorrido se fundieron dejando solo una, y antes de volver a separarse, la toalla se la llevó.

Así olvidan algunos, pensó. Mientras los demás imaginamos como hubiera terminado la carrera.

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