chau


Hay días en los que no sólo termina el día.
Ese fue uno de esos días.

La ciudad se sumergía poco a poco en una profunda oscuridad mientras los últimos hombres de traje desaparecían tan fugazmente como cuando la lluvia decide mojar.

Esa noche dos mil ochocientos kilómetros los separarían.
Y después de unos días, todo se reduciría a veinte minutos en el 39.

Ya no serían un mate, una canción y un hasta mañana.
Ya no serían un hola, una charla y un beso.
Ya no serían rutina.

En sus ojos brillaba una fina capa transparente.
Tan pura y tan frágil como el cristal.
Como un cristal a punto de romperse.
Ella no recordaba haber visto esos ojos bañados con el rocío típico de una mañana de invierno.
Él no insistió demasiado con no romper el cristal y en un abrir y cerrar de ojos se hizo añicos.

Bajaron veinte escalones al ritmo del que añora lo que deja atrás.
Sus palmas se fundieron sin querer, como si no quedara nadie alrededor.
Él le robó un beso que el mundo nunca vio.
Ella sabía qué hacer con los ladrones.

Uno por la diagonal, el otro por la calle del gran café.

La brisa los separó.

Se pidieron el uno al otro en la distancia.
Se sintieron.
Se extrañaron.

Desde esa noche se persiguen en los sueños.
Se aman en el mundo del no sé,
Y ella guarda los besos que nadie le robó.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

aunque no lo quieras admitir sos "minita" y sos romantica!!!

Hermenegilda dijo...

Una cosa es ser "minita" y otra "minitah".

:)igual, si.
besos Anónimo.