Una flor y un café.-

Cada mañana creía que aquella que estuviera con él era sin duda la mujer más afortunada de todas.
Cada mañana a la misma hora lo veía desde la ventana del colectivo con un vaso de café y un hermoso ramo de flores.
Entonces cada mañana cuando ella se despertaba disfrutaba del hermoso aroma del café y se fascinaba con el color de cada flor que cada mañana era diferente y más espectacular que la del día anterior.
No importaba si llovía, había sol, hacía frío: el estaba ahí con el gigantesco ramo esperando para cruzar la calle y deslumbrar una mañana más a su damisela.
Sería una rutina que no me aburriría nunca, pensaba desde la ventana del colectivo que poco a poco se iba empañando por la incrementación excesiva de pasajeros.
Y una mañana ya no se vio tan singular ni tan caballero como aquel hombre que conquistaba a su mujer todos los días. Una mañana le dieron el uniforme de la florería.

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