Se conocieron hace algunos años, los necesarios para que en ese entonces la sociedad los llamara chiquitos y fue ahí cuando bajo la sombra del viejo nogal juraron, con la inocencia de un niño, estar siempre el uno para el otro.
Los años pasaron y la vida dejó de hacer la tarea de juntarlos. Vieron pasar otoños, y la sociedad empezó a llamarlos grandes.
Ella no recuerda el día y a él no se lo preguntó pero la vida se empeñó en no dejar promesas archivadas: desde ese día fueron amigos, socios, compañeros, conocidos, amantes y enemigos.
Habían sido y eran. Y la vida estaba cumpliendo una vieja promesa, esas que vienen con gusto a inocencia de niño, esas que hablan de estar para y con el otro por el resto de los otoños.
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