Sonaba esta música.
Estábamos él y yo.
Nosotros.
Solos.
Llovía del lado de adentro y a él lo habían besado tantos labios que ya no sabía si quería besarlo.
Y había escuchado tantas historias que la mía posiblemente le pareciera una más.
Lo miré desde el sillón y con esa amarga dulzura que me enloquece insinuó que lo intentemos.
Me paré, caminé descalza hasta la cocina y tras el silbido de la pava fuimos uno.
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